Que la investidura iba a ser un disparate es algo que hemos podido seguir a cámara lenta desde finales de agosto hasta este miércoles. Aunque Aitor Esteban comunicó al Rey, en el momento en que este inició las consultas con los portavoces de los partidos políticos con representación en el Congreso de los Diputados, que no existían las condiciones para proponer un candidato a la investidura y que era mejor dejar pasar algún tiempo para ver cómo se decantaba la posibilidad de formación de una mayoría parlamentaria de investidura, Felipe VI no lo entendió así y decidió proponer como candidato a Alberto Núñez Feijóo con una justificación plagada de medias verdades cuando no de argumentación jurídica deleznable.

Desde ese momento hasta hoy todo el proceso de investidura ha sido un disparate tras otro. El candidato propuesto por el Rey exigió a la presidenta de las Cortes un tiempo muy amplio para intentar articular esa mayoría parlamentaria, que podía justificarse con base en el tiempo que había sido necesario en algunas investiduras anteriores, pero que solamente tenía sentido si la solicitud se hacía de buena fe, es decir, si el candidato propuesto se dedicaba realmente a intentar articular dicha mayoría. Carecía de justificación, por el contrario, si el candidato se dedicaba casi exclusivamente a intentar torpedear preventivamente la posibilidad de que otro candidato pudiera ser propuesto por el Rey, tras su intento fallido.

Esto último es lo que ha ocurrido. El candidato Núñez Feijóo no ha hecho el más mínimo esfuerzo creíble para constituir una mayoría parlamentaria de investidura.